La pandemia me enseñó a valorar la rutina

Las rutinas y rituales siempre me protegieron del caos. Cuando llegó la pandemia y todo se trastocó, me propuse reactivarlas.Este artículo forma parte de una serie sobre la resiliencia en tiempos difíciles: lo que podemos aprender de las historias y las experiencias personales.Me despidieron en diciembre. No puedo decir que no lo esperaba. Todo se estaba desmoronando en todas partes, incluido el mundo de los medios de comunicación, pero cuando ocurrió, lo primero que me preocupó —antes que las dudas sobre cómo ganaría dinero o qué haría con el seguro— fue si me quedaría sin la rutina que había desarrollado, perdido y que luego me costó tanto trabajo recuperar.Todos teníamos nuestras rutinas antes de la pandemia y muchas de ellas se vieron alteradas. Casi todas las rutinas personales, si no se interrumpieron por completo, cambiaron de alguna manera, de lo mundano a lo esencial. El hombre mayor que solía ver saboreando lentamente un café expreso todos los días en la cafetería tuvo que pedirlo en un vaso para llevar y beberlo afuera. Hasta que llegó el confinamiento, un amigo iba al centro a ver a sus padres todos los domingos por la mañana, pero tuvo que dejar de hacerlo. Los niños dejaron de asistir a la escuela y gran parte de los trabajadores dejaron de acudir a las oficinas. Tratar de mantener una rutina ya era bastante difícil cuando parecía que el mundo se iba a desmoronar; tratar de establecer rutinas nuevas sin ninguna indicación clara de lo que deparaba el futuro parecía francamente imposible.La vida es una serie de rutinas. Nos acostamos, nos levantamos, trabajamos, jugamos, pero para algunos, las rutinas y los rituales nos ayudan a funcionar contra el caos del mundo y, en muchos casos, de nuestra mente. Algunas mentes no están hechas para las rutinas; por eso he tenido que esforzarme más y disciplinarme para vivir y trabajar de una manera determinada.De niño crecí en una incertidumbre constante, gracias a una vida familiar inestable, a unos padres que se mudaban frecuentemente y, a partir de los 16 años, a no tener un hogar propio. El trauma de esas experiencias empezó a apoderarse de mí, me desgastó y se mezcló con mis diagnósticos de trastorno por déficit de atención e hiperactividad, depresión y trastorno obsesivo-compulsivo de la personalidad, lo que hacía casi imposible que pudiera concentrarme, trabajar y, en general, ser productivo y feliz a diario.En algún momento, por casualidad, empecé a darme cuenta de que cuanto más ponía límites y horarios —levantarme, comer y meditar a horas específicas, hacer ejercicio y anotar el programa del día siguiente—, no solo aumentaba mi sensación de control, sino también de felicidad. Al establecer rutinas para mí, pude protegerme del caos.“Te ayuda a sentir que tienes el control”, dijo en una entrevista Charles Duhigg, autor de El poder del hábito. “Te ayuda a recordar cómo hacer cosas que —quizá por tu trastorno por déficit de atención e hiperactividad— olvidarías debido a la memoria a corto plazo”. En su libro, Duhigg explora la especie de ouróboro —el antiguo símbolo de una serpiente que se come su propia cola— que estaba realizando conmigo mismo. Necesitaba algún tipo de señal, una rutina y luego una recompensa. No había pensado en las recompensas como parte del proceso, pero son esenciales.Pensaba que la recompensa para mí era la tranquilidad. Lo que no sabía es que también me daba otros pequeños trofeos: si iba al gimnasio cinco días a la semana, había una vocecita en mi cabeza que decía: “Te has ganado dos porciones de pizza”. Cuando limpiaba la casa el domingo por la mañana, siempre me abría una cerveza por la tarde. Y a veces ni siquiera eres consciente de las recompensas que te das a ti mismo por la rutina, y creo que esas son las más importantes. Con esas recompensas, estoy siendo bueno conmigo mismo, diciéndome que he hecho algo, así que me he ganado algo.“Te obligas a anticipar las recompensas”, dice Duhigg. “Todo eso es muy bueno”.Para Esmé Weijun Wang, autora de la colección de ensayos The Collected Schizophrenias, “las rutinas y los rituales son una parte fundamental para mantener mi salud mental”, me dijo. Las rutinas de Wang incluyen “mi agenda analógica, en la que escribo un diario, gestiono mis citas y apunto las tareas, que, junto con una serie de otros cuadernos y carpetas, organizan las cosas de manera que la vida se sienta menos abrumadora”.Igualmente importante —y quizá más difícil— es mantener las rutinas. Así que, aunque anotar las citas es importante, recordarme a mí mismo que debo levantarme a una hora determinada, meditar, mi trabajo de la 1 p.m. y mi pausa para llamar por teléfono son actos que me recuerdan dónde van a estar las aguas tranquilas en lo que podría resultar ser un mar agitado.“Cuando cambias un hábito en tu vida que antes considerabas importante”, dijo Duhigg, “solo tienes que ser consciente de cómo cambias ese hábito deliberadamente”.No obstante, en ocasiones las fuerzas externas desbordan la capacidad de mantenerse. Tras cinco años de rutinas constantes, llegó la pandemia. El primer día que trabajé desde casa, mi rutina se vino abajo. Nos dijeron que sería durante una semana, luego dos, después el mes que viene, luego a finales del verano y luego quizás después del Día de Acción de Gracias. Tarde o temprano, volveríamos a la oficina, probablemente. Empecé a dormir hasta más tarde; cuando el gimnasio cerró, tuve que buscar una nueva manera de hacer ejercicio, y como cada cosita que había considerado parte de un día normal para mí empezó a desaparecer, no me di cuenta de cuán deprimido estaba.Para cuando empecé a salir de mi depresión y a darme cuenta de que iba a tener que aprender a adaptarme, ya era otoño. Todavía no había una oficina o un gimnasio o un lugar al que pudiera ir para ver a la gente en persona y conversar con ella con medidas de seguridad. Evité a mi terapeuta durante meses porque me sentía incómodo tomando las sesiones por Zoom. De vez en cuando me saltaba la meditación matutina. Abría y me comía una bolsa de papas fritas en pocos minutos. Era el tipo de espiral que creía haber descubierto cómo corregir.Entonces, una mañana, saqué uno de mis diarios viejos para ver qué había hecho bien en el pasado. Tenía notas sobre lo que funcionaba en mi rutina y lo que no, sobre cómo beber café a ciertas horas me hacía sentir más ansioso o sobre cómo consultar Twitter antes de las 8 de la mañana casi siempre me ponía de mal humor. Me había dejado pequeños recordatorios por si me perdía en el camino.Un día, salí a pasear a mi perro y decidí, sin motivo alguno, que la banda sonora de esa mañana sería Ambient 1/Music for Airports de Brian Eno, un álbum que el compositor escribió y grabó para ayudar a calmar a los viajeros ansiosos. Decidí que caminaría durante toda la primera pista —17 minutos y 22 segundos— antes de volver a casa. Estaba haciendo algo que hacía todas las mañanas, pero al dar vuelta en una esquina, me di cuenta de que también me estaba preparando para el día y sentí una comodidad que no había sentido en meses. Los bucles musicales de Eno sin letras y con ritmos de piano simplemente sirvieron como ruido de fondo para mi meditación a pie no planificada y como recordatorio de cuán necesaria era.Fue entonces cuando empecé a restablecer mi rutina. Al cabo de una semana, volví a tener una especie de horario normal para levantarme, sacar al perro a pasear y permitirme revisar Instagram. Estaba llegando a un punto tan cómodo como es posible estar durante una pandemia. Entonces, recibí el mensaje a través de Slack de que me necesitaban para una reunión con una persona de Recursos Humanos. Sabía lo que iba a ocurrir a continuación.Evidentemente, estaba sintiendo todo eso que uno siente cuando pierde un trabajo. Era doloroso. Mis finanzas iban a sufrir un golpe. El único canal de comunicación que tenía con alguien, además de mi esposa, se había cortado, pero me di cuenta de que no podía hacer nada más que levantarme y empezar a preparar mi agenda para el día siguiente. El día de mañana, y todos los días posteriores, mi rutina y mis rituales estaban solo en mis manos. Y eso no me lo podía quitar nadie.El libro más reciente de Jason Diamond es The Sprawl.

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The Importance of Routines, Even Interrupted by a Pandemic

By setting routines for myself, I was able to shield myself from chaos. Then the pandemic happened. I set out to get them back on track.This article is part of a series on resilience in troubled times — what we can learn about it from history and personal experiences.I was laid off in December. I can’t say I wasn’t anticipating it. Everything was falling apart everywhere, including the media world. But when it happened, the first thing I worried about — before questions of how I’d make money or what I’d do about insurance — was if I’d lose the routine that I had developed, lost, and then worked so hard to get back.We all had our routines before the pandemic, and so many of them were upended. Just about any personal routine, if it wasn’t halted outright, changed somehow, from the mundane to the essential. The older man I used to see slowly savoring an espresso every day at the coffee shop had to take it in a to-go cup and drink it outside. Until lockdown, a friend had gone uptown to see his parents every Sunday morning, but had to stop. Children stopped going to school and much of the work force stopped going to offices. Trying to maintain a routine was difficult enough with the world feeling as if it was going to pieces; trying to set new ones without any clear indication of what the future held felt downright impossible.Life is a series of routines. We go to sleep, we wake, we work, we play. But for some, routines and rituals help us function against the chaos of the world, and in many cases, our minds. Some minds just aren’t made for routines; that’s why I’ve had to work extra hard and discipline myself to live and work a certain way.I grew up constantly uncertain, thanks to an unstable home life as a child, parents who moved around a lot and, starting at 16, being without a home of my own. The trauma from those experiences began to prey on me, it wore me down and mingled with my diagnoses of A.D.H.D., depression and obsessive-compulsive personality disorder, making it almost impossible for me to concentrate, work, and generally be productive and happy on a daily basis.At some point, by chance, I started to realize that the more I implemented boundaries and schedules — waking and eating and meditating at specific times, working out, writing down the next day’s schedule — the more I started to feel not only some control, but also happiness. By setting routines for myself, I was able to shield myself from chaos.“It helps you feel like you’re in control,” Charles Duhigg, who wrote “The Power of Habit,” said in an interview. “It helps you remember how to do things that — maybe because of your A.D.H.D. — you’d forget because of short-term memory.” In his book, Mr. Duhigg explores the sort of ouroboros — the ancient symbol of a snake eating its own tail — I was performing on myself. I needed some sort of cue, a routine and then a reward. I hadn’t thought of rewards as part of the process, but they are essential.For me, I thought the reward was peace of mind. What I didn’t realize was I was also giving myself other little trophies: If I went to the gym five days every week, there was a little voice in my head that would say “You’ve earned two slices of pizza.” When I’d clean the house on Sunday morning, I’d always crack open a beer by afternoon. And sometimes you aren’t even conscious of the rewards you’re giving yourself for routine, and I find those are the most important ones. With those rewards, I’m being good to yourself, telling myself I did something, so I earned something.“You’re forcing yourself to anticipate rewards,” Mr. Duhigg said. “All of that is really good.”For Esmé Weijun Wang, author of the essay collection “The Collected Schizophrenias,” “Routines and rituals are a core part of maintaining my mental health,” she told me. Ms. Wang’s routines include “my analog planner, where I journal, manage my appointments and jot down tasks — that, along with an array of other notebooks and binders, organize things in a way that help life to feel less overwhelming.”Equally important — and perhaps more challenging — is maintaining your routines. So, while writing down appointments is important, reminding myself to wake up at a certain time, to meditate, my 1 p.m. work and phone break are the acts of reminding myself where the calm waters are going to be in what could turn out to be a rough sea.“When you change a habit in your life that you previously found to be important,” Mr. Duhigg said, “you just need to be cognizant of how you change that habit deliberately.”But sometimes, outside forces overwhelm the ability to maintain. After five years of consistent routines, the pandemic hit. The first day working from home, my routine fell apart. We were told it would be a week, then two, then next month, then late summer, then maybe after Thanksgiving. Sooner or later we’d go back to the office, maybe. I started sleeping in later; when the gym closed, I had to figure out a new way to work out; and as every little thing I’d considered part of a normal day for me started to go away, I didn’t realize how depressed I was.By the time I started lifting myself out of my depression, realizing that I was going to have to learn to adapt, it was autumn. There was still no office or gym or place I could go to safely see people in person and talk to them. I avoided my therapist for months because I felt awkward doing sessions on Zoom. I’d skip morning meditation from time to time. I’d would open and eat a bag of chips in a few minutes. It was the kind of spiraling I thought I had figured out how to correct.Then, one morning, I pulled out one of my old journals to see what I’d done right in the past. I had notes about what in my routine worked and what didn’t, how drinking coffee at certain times made me feel more anxious or how checking Twitter before 8 a.m. almost always put me in a bad mood. I had left myself little reminders in case I got lost.One day, I went to walk my dog and for no reason whatsoever and decided that the soundtrack that morning would be Brian Eno’s “Ambient 1/Music for Airports,” an album the composer wrote and recorded to help calm anxious travelers. I told myself I’d walk for the duration of the first track — 17 minutes and 22 seconds — before going home. I was doing something I did every morning, but as I turned a corner, I realized I was also setting myself up for the day, and felt a comfort I hadn’t felt in months. Mr. Eno’s wordless, drifting tape loops of piano rhythms simply served as the background noise to my unplanned walking meditation — and a reminder of how necessary it was.That was when I started putting my routine back together. Within a week, I was back on some sort of normal schedule of when I woke up, when I walked the dog, when I let myself look at Instagram. I was getting to as comfortable a spot as one could be in during a pandemic. Then I got the Slack message that I was needed in a meeting with an H.R. person. I knew what was coming next.Obviously I was feeling all of those things one feels when they lose a job. It hurt. My finances were going to take a hit. The one main channel of communication I had with anybody besides my wife was cut off. But I realized there was nothing I could do besides pick myself up and start making out my schedule for the next day. Tomorrow, and every single day after that, my routine and rituals were in my hands only. And nobody could take that from me.Jason Diamond’s most recent book is “The Sprawl.”

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